Suena cuando menos intimidante, y poco atractivo. Y creo que es cierto y a la vez no lo es.
Efectivamente, es un tema complejo y sumamente técnico, pero en algún momento hay que abordarlo, especialmente cuando se llega a cierto nivel de experiencia fotográfica en el que aún se vive la curiosidad por saber y conocer más sobre fotografía _ y es un fantástico aliciente para disfrutar más de la actividad.
Me voy a dejar en el tintero un montón de tecnicismos (sé que me lo agradecéis) y me voy a centrar en contarlo de una manera asequible a un nivel práctico para usuarios aficionados. Quizá echéis algo de menos, o quizá desde el principio os parezca mucho, no lo sé.
Este post constituye el primero de una serie dedicada a la gestión del color. Por favor, id leyéndolos con paciencia y procurando entender lo que cuentan, porque cada post va a contener conceptos que vamos a encontrar en sucesivas explicaciones.
Literalmente, el nombre hace referencia a la capacidad de controlar de manera consistente (constante y coherente) la reproducción del color y la tonalidad en el entorno digital.
La gestión de color intenta resolver el conflicto de cómo los distintos dispositivos que participan en el proceso de la fotografía digital captan la información de luz y de color y la convierten a un lenguaje numérico que se pueda entender por los demás.